martes, 30 de diciembre de 2008

Cuento

Le dolían los pies, cómo no le iban a doler los pies, hacía más de veinte años que no gastaba esos zapatos. Y además, desde que el alcalde decidió cambiar el suelo de su calle, en cuanto ponía un pie en aquellos baldosines, un dolor le recorría la planta del pie. Qué sí, que eran más bonitos y los vecinos estaban muy contentos, pero ella a sus sesenta y ocho años se manejaba mejor con su antiguo camino de tierra, aunque entrara polvo por las ventanas.

Mientras se daba la vuelta para cerrar el portón, ella ya sabía lo que le tocaba responder.

- ¿A misa, señora Lucía?

La pescadera, desde la acera de enfrente, le preguntaba lo mismo cada tarde. A eso de las cinco menos cuarto, todos los días, salvo los domingos, claro. Durante veinte años, la señora Lucía había contestado lo mismo "Sí, hija. A misa y a dar un vueltina" Pero aquella tarde tocaba responder otra cosa.

- Hoy no hija, hoy me voy para otro lado.

Y continuó caminando, girando la cabeza como lo hizo la Loren en una película que había visto hacía años. Claro, que luego pensó que no era lo mismo la Loren que ella, pero no por la belleza, que a ella siempre le habían dicho que de nacer en la capital podía haber sido una estrella del cine. Lo que no conjuntaba en aquella escena, era la ropa, negra. Negra como la que había gastado toda su vida. Sin un adorno, sin un pizca de salero, sin más color que el blanco de las enaguas que llevaba puesta. Había pensado en irse a comprar un vestido para la ocasión, un vestido rojo, bien llamativo. Pero claro eso iba a levantar sospechas en el pueblo "¿Para qué quiere ese vestido la viuda Lucía?" "¿Habrá encontrado un novio?" Quizá podría haber dicho que era un regalo, pero a quien le iba a regalar ella nada. Sin hijas, sin nietas, sin sobrinas, vamos, sola, dijese lo que dijese el vestido iba a levantar sospecha. Así que mejor de negro.

Hacía días, había trazado el recorrido por el que iba a pasar. Sin duda tenía que pasar por la calle nueva, pasear su garbo entre las tiendas y que la gente al verla, se preguntara a donde iba de aquella manera. Lastima para ella, que aquella tarde fuera gris, y con aquel cielo amenazante de lluvia, pocos eran los que andaban por la calle nueva. Pero la señora Lucía llevaba mucho esperando aquel paseillo, para desperdiciarlo por un poco de frío. Así que desplegó su mejor sonrisa y caminó calle abajo, derrochando alegría. Aunque al pasar por el cine, no pudo evitar acordarse de su Manolo. Ya hacía más de treinta años que había muerto, pero todavía sentía algo de tristeza al recordarle. El recuerdo de su marido invitándola a entrar al por aquellas puertas, estuvo a punto de hacer que perdiera la sonrisa, pero entonces se acordó de a donde iba. Aligeró el paso, dejando el cine a un lado y pensando en la cara de todos cuando entrará.

Al salir de la calle nueva, pensó en que diría su madre si la viese ahora. Seguro que nada bueno; "Así no anda una buena cristiana" que repetía una y otra vez cada vez que salía de casa. Siempre se había preguntado cómo anda una buena cristiana, incluso estuvo a punto de preguntárselo uno de los últimos días, cuando ella estaba tumbada en la cama, pero al juntar el valor, su madre le pidió algo, una última cosa antes morir, a la que Lucía, que por entonces no era señora, no pudo negarse; guardar otros tantos años de luto por ella, como lo había hecho por Manolo. Encerrada en casa, triste y sola. Ahora pensaba que a lo mejor podría haberla dicho "Solo cumpliré el luto, si me dices como anda una buena cristiana" Pero que clase de persona chantajea a un moribundo.

Supo lo poco que le quedaba al oir la musica en la calle. Durante años, había salido diez minutos antes de casa, solo para poder frenar un poco su paso y con paso de tortuga, caminar en dirección a la iglesia escuchando aquellas melodías. Pero hoy no tendría que pasar de largo, hoy podía entrar por aquella puerta y hacer lo que mil veces había ensayado en el desván, donde las paredes eran tan gruesas que podía poder el tocadiscos sin que nadie sospechara lo que hacía allí arriba.

Antes de cruzar las puertas se detuvo un momento, podría haberlo hecho para calmar los nervios o incluso para tomar fuerza, pero la viuda Lucía era como era, y se había parado para mirar su rostro reflejado en el cristal de la puerta. Un mal maquillaje podía haber destrozado aquel momento. Después de asegurarse de que todo estaba en su sitio, abrió la puerta y se adentro en el salón de baile.

La primera impresión fue desastrosa, nada era como ella había imaginado. Detrás de aquel muro, no había estaba el gran salón que ella imaginaba, ni las lamparas de araña con las que había soñado. Aquello parecía el salón de un casa, pero alargado y con muchas sillas desplegables de color madera, colocadas en forma de circulo. Pero entonces se fijo en la gente que bailaba dentro del circulo, todos la miraban aunque sin perder el ritmo. A ella no le hizo falta escuchar ningún cuchicheo para saber de que estaban hablando, y eso le gustaba. Caminó al rededor de las sillas, por si alguno todavía no la había visto, hasta sentarse en una silla solitaria cerca de la música.

Mientras veía aquellas señoras bailar con sus parejas, le entró un duda que casi le hace salir corriendo por la puerta "¿Y si aquí hay que venir con pareja" Pero entonces le vio, estaba al otro lado de la pista, llevaba un vaso de plástico en la mano y la miraba fijamente. De pronto la señora Lucía volvió a sentirse Lucía, sin señora y sin viuda, y aunque no recordaba bien como se actuaba en aquellas situaciones, hizo lo que creyó que debía de hacer, esperar. El hombre no le quitaba ojo, mientras unas parejas salían del baile y otras entraban. Lucía sintió un poco de calor en sus mejillas, como cuando era una adolescente y se escondía tras una del roca del río, para ver a los militares bañarse completamente desnudos. De pronto el hombre dejó su vaso y se dispuso a cruzar la pista, hacía ella. La señora Lucía se puso muy nerviosa, intento recordar la frase que había repetido una y otra vez en el desván, pero no se acordaba. Él se acercaba y ella seguía buceando en su memoria, "algo como cortes caballero, no cortés no, gentil, era gentil. No me acuerdo" El estaba a unos pasos y ella no lo recordaba. Se miraban a los ojos, cuando el llegó a su altura "¿Cómo diablos era?" pensó ella mientras se levantaba de la silla. Entonces él hablo con voz grave:

- Me concede este baile.

Entonces ella se acordó, después de tantos años podría decirlo de verdad, no como en el desván, esta vez sería en serio:

- Es usted muy caballeroso, pero lo siento, una mujer de mi clase no puede aceptar invitaciones de hombres como usted.

Tras esto, la señora Lucía agarro el bolso y se dirigió a la puerta, feliz de haber hecho lo que llevaba tanto tiempo esperando hacer.

3 comentarios:

Corra dijo...

Bueno, pues como lo que más me gusta de dar regalos es la sorpresa de quien no sabe que va a recibir algo. He decidido adelantar los reyes y dejaros este regalo en el blog.

Espero que os guste.

Un abrazo a todos.

Chechu dijo...

Millones de gracias Corra.Me ha gustado mucho.
LO bueno de un cuento es,tambien como con los regalos,la sorpresa del que no se espera el final.Y así ha sido.No me lo esperaba.Y me da que pensar.
Pero me levanto de la sila donde te he leido contento,sabiendo que la señora Lucía,ahora es mas feliz y,como tu decías,menos señora.
Feliz año y mil gracia spor el regalo!!!

Anónimo dijo...

He esperado a hoy para leer el cuento...
Así que puede ser tu regalo de reyes para mí...
No sé no sé... Lucía???
Jajaja!! Eres un crack, amigo!
Me ha encantado.
Un beso enorme!!
Portate bien!
Ah! Te quiero