lunes, 25 de mayo de 2009

"La capacidad del cerebro humano es finita, no así las oraciones que puede generar e interpretar"

Esta frase es una de los descubrimientos más apasionantes del siglo pasado. Algo así como el E=mc2, pero en versión lingüística. Dinamito todos lo estudios escritos hasta el momento y dio paso a una verdadera revolución. Pero siempre que escucho esta frase en vez de pensar en teoría del lengua o filosofía del lenguaje, me da por pensar en dos escritores.

Dos escritores separados por miles de kilometros, pero que utilizan la misma lengua. Cada uno, en su país, tienen la misma idea; una novela sobre la guerra, pongamos por ejemplo. Ambos se ponen frente al papel en blanco y comienzan a escribir. Los dos lo hacen exactamente con las mismas palabras. Utilizan las mismas oraciones, los mismos dialgos, los mismos nombres para sus personajes. Todo igual. Como si se tratase de una obra calcada. Un día, por casualidad, descubren la obra del otro escritor y se dan cuenta de que han escrito la misma obra.

Si esto fuera una comedia, los dos se presentarían ante un juez alegando su autenticidad. Así hasta que el juez diría con gracia: "Pero que más le da, si el único ejemplar que vendieron fue el que compró el otro" Si lo hubiera escrito Kafka, todo sería angustia y oscuridad.

Pero qué sentiría yo en la realidad si un día encuentro algo idéntico a lo que he escrito yo. Sin duda curiosidad, total curiosidad por conocer a mi doble, al que usurpa mis palabras o quien se las usurpo yo.

Mientras tanto me mantengo con la idea, de como teniendo tantas palabras a mi alrededor, siempre me trabo escribiéndolas.

No hay comentarios: